No hay pretensiones en estas líneas, más allá de un paseo íntimo con mis pensamientos, entre arena y olas.
El invierno en Lisboa
Lisboa me llama, como un faro en la niebla,
con su luz dorada y sus callejones sin prisa.
Aquí la mente respira, el cuerpo se despoja
del peso de los días y de las rutinas invisibles.
Practico el portugués con el viento del Tajo,
que me susurra secretos de navegantes pasados.
Cada adoquín es un verso, cada café una rima,
y mi alma, que a veces se enreda, aquí vuela libre.
«¿Por qué Lisboa?», podrían preguntar los curiosos.
Porque Lisboa no es solo una ciudad, es un refugio,
un lienzo, un respiro, un susurro de libertad.
Aquí descongestiono la mente y el cuerpo,
bailo con la brisa, converso con las olas.
Asturias, mi raíz, toda Iberia, mi pasión,
y Lisboa, ese complemento que, entre raíces, abraza mares.
Volveré, lo prometo, con mi creatividad desbordada,
con palabras que Lisboa me prestó en su dulce lengua.
Pero déjenme ser un barco sin puerto por un rato,
porque para sentir el mundo, primero hay que soñarlo.
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