Aprovecho el subtítulo Una aventura desgraciada de la obra de José Luis de Mesa, de la que recomiendo su lectura, para conocer más de esta bandera irlandesa en la Guerra Civil Española de la que había prometido una reseña.
Eamon de Valera, el presidente de Irlanda, de origen español, jugaba como casi todos los políticos a dos cartas. La embajada de Irlanda para España estaba en territorio francés, justo al lado de la frontera con la Guipúzcoa dominada por los sublevados. Al no tener representación en suelo español; para la II República, Irlanda no existe. Al mismo tiempo, cuando observa que muchos ayuntamientos de Irlanda ponen una bandera de enganche para voluntarios para ir a combatir a España, los prohíbe pues no quería verse involucrado en nada oficial que pudiera tener consecuencias.
Una vez conocidos, por la prensa irlandesa y británica, los desmanes de la República con asesinatos de curas y monjas, quema de iglesias, etc., es en las propias iglesias de Irlanda donde se recluta. La llegada de la República en España fue bien visto por los habitantes de la República de Irlanda, pero los mencionados desmanes cambiaron totalmente la percepción de la opinión pública irlandesa.
Vinieron a luchar a favor del cristianismo, no sólo del catolicismo, ya que hay oficiales y soldados protestantes.
Por cuestiones religiosas piden combatir con los requetés, pero los nacionales no ven con buenos ojos que se acoplen con los carlistas y les ordenan que se ubiquen con la legión, única unidad que admite extranjeros, donde forman una bandera y comienzan con una segunda que no se llegó a completar.
Para ellos la lucha en España es una Cruzada, su jefe O’Duffy, escribió pocos años más tarde un libro titulado precisamente Cruzada en España.
O’Duffy había luchado por la independencia irlandesa, llegando a ser posteriormente el jefe de la policía de Irlanda, pero de Valera lo había destituido y había pasado a ser un personaje de segunda fila. Con la creación de la bandera quiere volver a ganar prestigio, pero cometió errores como seleccionar a oficiales con un marcado carácter político y nula o poca experiencia militar.
Vemos así el pensamiento de O’Duffy, con ese interés más político que militar, de pasearse por las idealizadas y cálidas ciudades españolas con su banda de gaiteros que traía incorporada en la formación.
Con esa actitud de escasísimo interés en el combate cuando O’Duffy le dice a Franco que vienen con un contrato de 6 meses, el general al llegar a ese plazo no duda en largarlos de vuelta a Irlanda. Se quedan en la legión menos de una veintena que son los que realmente quieren combatir.
Militarmente hablando fueron un desastre. Contra los republicanos tuvieron unos 3 muertos y 8 heridos en un sólo combate. En un episodio anterior, en la batalla del Jarama, hubo fuego amigo. Los nacionales, al oirlos hablar en inglés los tomaron por brigadistas matando a un legionario irlandés y a un teniente y un suboficial españoles que hacían de intérpretes.
Los testimonios de los rebeldes relatan sus quejas hacia la comida, por el aceite de oliva especialmente, y lo mucho que les gustaba el vino peleón a falta de güisqui. Contaba Gárate el autor de Mil días de fuego que a los navarros les encantaba emborracharlos proporcionándoles vinillo que ingerían con placer.
Dejaron bastantes anécdotas. Por ejemplo, invitados a una corrida se pusieron de parte del toro y en contra del torero. O cuando ven a un sacerdote y echan a correr detrás de él, el cura alarmado, cree que lo quieren matar, corre todo lo que puede hasta que extenuado, ya se dice: si me han de matar que sea lo que Dios quiera, pero para su sorpresa cuando llegan a su altura le dicen que lo que quieren es que los bendiga, los bendice y a otra cosa…
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